La humedad que no se ve y sí nos marca

La humedad alta actúa como un ingrediente invisible en la receta del clima español: altera la temperatura percibida, ralentiza el cuerpo, condiciona la respiración y exige a la salud adaptarse. Un reto que conviene entender para cuidar el bienestar hoy y mañana.

 

Por Any Altamirano

HoyLunes – La humedad ambiental constituye un factor determinante en la fisiología humana, especialmente en regiones con climas costeros o templados húmedos, como el litoral mediterráneo español. Su influencia abarca desde la termorregulación corporal hasta la función respiratoria, cardiovascular y dermatológica.

Aunque suele considerarse un componente pasivo del clima, la humedad relativa actúa sobre múltiples sistemas del organismo y puede alterar la homeostasis, especialmente en personas vulnerables: mayores, niños, pacientes con enfermedades respiratorias o cardiovasculares.

La humedad afecta directamente la «evaporación del sudor» —mecanismo esencial para la disipación del calor corporal— y modifica la «sensación térmica», incrementando el “calor percibido” o el “frío húmedo” según la estación.

La ciencia también comienza a relacionar humedad y salud con perspectiva global. Un estudio publicado en 2025 encontró que en días con humedad relativa superior al 82 %, el riesgo de urgencias por cardiopatías subía un 26,7 % en comparación con días menos húmedos.

En España, con su litoral mediterráneo, sus vientos marinos y sus cambios climáticos, resulta oportuno observar este fenómeno como parte de la adaptación a un clima que cambia.

A veces, el ambiente pesa más que la temperatura: la humedad en interiores modifica los gestos y el descanso.

Cuando la HR supera el 70 %, el sudor no se evapora eficazmente. El cuerpo mantiene el calor interno y se incrementa el riesgo de «estrés térmico». En ambientes húmedos y cálidos, la temperatura corporal puede aumentar incluso sin exposición solar directa. En climas fríos y húmedos, la pérdida de calor por conducción se acelera, favoreciendo «hipotermia leve» o rigidez muscular.

Para muchas personas, el efecto de la humedad se traduce en sensaciones de fatiga, pesadez o dificultad para respirar, sobre todo en espacios cerrados o poco ventilados. También puede agravar síntomas de asma, alergias y molestias cutáneas. Un medio de comunicación indio resumía esta conexión: “Alta humedad puede empeorar asma y alergias, dificultar la respiración y dar una sensación de sofoco”. Así, lo que parece un simple “día pesado” adquiere una dimensión de salud colectiva.

La humedad persistente en interiores favorece la proliferación de «ácaros, mohos y hongos«, responsables de alergias respiratorias y sinusitis recurrentes y la humedad elevada eleva la carga hemodinámica y dificulta la disipación de calor, lo que obliga al corazón a bombear con mayor frecuencia para regular la temperatura corporal.

En ambientes húmedos, la «transpiración se mantiene sin evaporar«, creando condiciones propicias para infecciones cutáneas por hongos y bacterias y la sensación de “aire pesado” produce «fatiga cognitiva«, irritabilidad y dificultad para la concentración. También afecta la humedad nocturna elevada (> 75 %) reduce la calidad del sueño al impedir la adecuada regulación térmica durante el descanso.

La humedad atmosférica puede ser calma visible, pero exige adaptación invisible: un momento de contemplación que también es de prevención.

Prevención y recomendaciones

Control ambiental: mantener la HR entre «45–60 %» mediante ventilación natural o deshumidificadores, evitar el uso excesivo de humidificadores en invierno y asegurar una correcta «ventilación cruzada» en viviendas y oficinas.

Higiene y cuidado corporal: duchas templadas y secado minucioso de pliegues cutáneos, ropa ligera, transpirable y de fibras naturales y hidratación oral constante, incluso sin sensación de sed.

Prevención cardiovascular: evitar actividad física intensa en ambientes húmedos y calurosos, reposar en lugares ventilados durante horas de máxima humedad (tardes y amaneceres), controlar la presión arterial y el pulso en pacientes de riesgo.

Prevención respiratoria: utilizar filtros HEPA o purificadores si se detecta moho o ácaros, secar completamente paredes o textiles tras lluvias o condensación y tratar con antifúngicos o limpiar con vinagre blanco las zonas con humedad persistente.

Su control y comprensión son esenciales para mejorar la calidad de vida, prevenir eventos agudos y favorecer la adaptación fisiológica en un clima que muestra mayor variabilidad.

Any Altamirano. Escritora. Editora.

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